Por varios motivos, Ganancias ha devenido en el impuesto con mayor resonancia pública. Entre otros, porque pega sobre sectores medios y asalariados que pueden hacerse escuchar. Porque los sindicalistas que expresan los intereses de los asalariados también expresan los suyos, y dirimen posiciones de fuerza entre sí. Finalmente, porque resulta un territorio propicio al juego político de cosechar réditos y provocar pérdidas.

Todo y más salió a la superficie estos días, desde que con un proyecto propio el Gobierno pretendió recortar la ventaja que le había sacado una reforma cuyo protagonista central era Sergio Massa. En ese tren ya iba colgada la CGT y terminaron colgándose los gobernadores, cada cual a su manera.

El universo laboral completo dice que Ganancias alcanza a menos del 20% de los trabajadores registrados, o sea, aquellos ocupados en blanco. Son muchos desde luego y grandes las distorsiones al interior del impuesto y la necesidad de corregirlas, aunque es igualmente cierto que si más del 80% no lo paga es porque gana menos de $ 30.000 mensuales.

Aquí salta ya una brecha considerable en las remuneraciones de unos y otros.

Pero basta con extremar apenas el caso para advertir que aún siendo muchos los atrapados, son nada comparados con los del IVA del 21%, que llega a todo el mundo y encima de un modo desparejo que no discrimina ingresos ni condiciones sociales. Y nadie tiene manera de sacárselo de encima.

Raro que, pese a semejante presión fiscal, la alícuota del 21% no hubiese aparecido en los planteos de estos días, ni siquiera como objetivo fijado hacia adelante. Tan elevada es que sólo contados países la superan, como Dinamarca, Suecia y Noruega, y casi ninguno de los cercanos la iguala.

Raro también que entre las inquietudes por el bolsillo de los asalariados nunca exista espacio para discutir cómo mejorar la situación de trabajadores que carecen de cualquier cobertura, siempre al borde de quedar desocupados y encima sin seguro de desempleo. Duplican en número a quienes pagan Ganancias y representan un tercio de la fuerza laboral. Es una población enorme redondamente en negro, mayor a la suma de todos los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, chicos y grandes.

Suena a excesivo pensar que 4 millones de personas hayan vuelto a quedar fuera de escena sólo porque no aportan a las obras sociales, o sea, a la caja de los sindicatos. O a no demasiado excesivo, pues tampoco han figurado entre los reclamos de las organizaciones sociales. Como si cada uno se guiara por sus intereses directos.

Ganancias, fue dicho, representa un ámbito donde retumban sonidos muy variados. Pero ¿por qué solamente Ganancias?

En principio, porque incluso en su alcance se trata de un impuesto mucho más mediático que otros o lo han convertido en un impuesto mucho más mediático. Tanto, que durante la campaña electoral Mauricio Macri llegó a prometer que lo eliminaría y Ma-ssa, a decir que con él ningún trabajador iba a pagarlo. Ambos acoplándose a la consigna de que el salario no es ganancia.

Verdaderos contrasentidos o puro oportunismo político, tratándose de un impuesto de los llamados progresivos, de esos que teóricamente caen sobre quienes más tienen. Luego, si existían injusticias y desajustes fuertes la lógica mandaba removerlos o empezar a removerlos, y de una manera mejor a la que se eligió. Nunca a borrarlo del mapa.

El IVA y sobre todo un IVA al 21% es la contracara de Ganancias o debiera serlo: regresivo porque su rastrillo empareja ingresos altos, medios y bajos, fiscalista aquí y aún así ausente en la campaña electoral. “Si nos ponemos a contrastar ruidos, hasta podría afirmarse que sacar a los jubilados del IVA fue un acto revolucionario y a la vez casi silencioso”, afirma un especialista.

Palabras de otro analista: “Fuera de toda discusión y calibrando bien las cargas, Ganancias tendría que ser un gravamen a la renta potente y asegurar una recaudación también potente. Así podría darle aire fiscal a reformas tributarias que repartan hacia abajo y limpien dislates acumulados en años”.

Fue apenas un detalle que hubiese naufragado la idea de cambiarle de nombre y ponerle “Impuesto a los Ingresos”. No habría sido más que eso, mientras quedaban en pie desequilibrios notorios como el que perjudica a los autónomos y la muy magra actualización de las escalas.

Capacidad de presionar se le llama al hecho de que en medio del revoleo algunos gremios lograsen eximir horas extras y viáticos. “Los manuales básicos dicen que eso es inequidad tributaria frente al resto o, diría cualquiera, una puerta abierta para perrear mejoras salariales a cuenta del Estado”, remachan desde un estudio contable.

Mal que les haya pesado a los propios especialistas del Gobierno, volvió a triunfar la necesidad de salir del paso.

Al calor del toma y daca surgió otra vía que pocos actores de la película conocían: la parva de Adelantos del Tesoro Nacional (ATN) o de plata dormida dentro de una cuenta que administra la Casa Rosada. Bajo rigurosa discrecionalidad, en la era kirchnerista.

El Gobierno presupuestó para el año próximo 21.000 millones de pesos en ATN, de los cuales 5.000 millones han sido comprometidos para coparticiparlos con las provincias. Quedan disponibles 16.000 millones.

De allí saldrán justamente los fondos extra que les permitirán a los gobernadores zafar de un costo fiscal mayor al establecido en el proyecto original del Ejecutivo. Siempre preocupado por que nada se vaya de las manos y siempre cerca de los funcionarios nacionales en las mesas de prensa, Juan Schiaretti, el mandatario de Córdoba, conocía el menú de antemano.

Todo el costo fiscal extra pactado de apuro irá a la cuenta del Gobierno central, mientras el círculo áulico de la Rosada se esfuerza por cargarle el paquete completo a Alfonso Prat-Gay. Fue de ver la cara del ministro durante los actos a los que debió asistir.

Hacer foco en los recursos equivale a sostener que el macrismo volvió a ceder a cambio de salir de otra encerrona lo mejor parado posible. De una encerrona que quizá se habría evitado si hacia septiembre, como estaba planeado, ponía su reforma sobre la mesa y negociaba. Tiempo perdido, desde entonces pasaron cuatro meses.

Patear el proyecto para adelante y jugarlo como carta de negociación en las paritarias de 2017, ¿fue también una idea de Prat-Gay o de algún estratega? En todo caso, lo verdaderamente cierto es que Massa y la CGT lograron colocar sus propias cartas. Una ya bastante manchada y la otra limpia y radiante.

Menos política, definitivamente color plata resulta una dualidad implícita en los recortes a Ganancias. El impacto sobre la recaudación será concreto e inmediato y lo que aporten los nuevos impuestos y el aumento del consumo son variables imprecisas, cuyo resultado contante y sonante será probablemente menor al estimado.

Si el eje pasa por el efecto-consumo, allí donde haya un buen número de trabajadores aliviados habrá mayor movimiento económico y mayores chances de recuperar pérdidas con impuestos propios. Esto es, provincias grandes versus provincias chicas.

Cuesta llamarle madurez política a lo que también significó postergar las reformas que reclama una estructura impositiva anquilosada, desigual, llena de parches y de distorsiones. Otra vez ganó el cortísimo plazo, y aquello que debió ocupar los primeros lugares en la agenda común seguirá esperando. Claro, eso trae problemas y rinde poco.

Fuente: CLARIN.com